Mujeres con viento en popa a toda vela
Reportaje de Rosana Calvo, responsable de comunicación del MRCYB
En este 2021, tras más de 40 años de competición, el Campeonato Gallego de A Dos, celebrado a comienzos de mes, tuvo a sus primeras campeonas gallegas. Por primera vez en la historia del trofeo, las mujeres pudieron optar a un título específico para ellas, una distinción que fue solicitada a la Real Federación Gallega de Vela por el Monte Real Club de Yates en el marco de su proyecto Vela en Femenino. Es una iniciativa que, a través de diferentes propuestas, busca acabar con las desigualdades que niñas y mujeres han sufrido en el mundo de la vela en particular y el mundo náutico en general. Unas desigualdades e injusticias que se remontan siglos atrás…
No mucho antes de la Revolución existía en Francia una ordenanza real que impedía a las mujeres embarcarse en los barcos de la Corona. Al igual que en otros muchos sectores de la sociedad, en el mundo náutico las mujeres estaban consideradas seres menos inteligentes y capaces que los hombres, y llevar a una a bordo suponía -según decían- un claro lastre para las expediciones. Había incluso quien, apoyándose en una antigua superstición marinera, aseguraba que las mujeres traían mala suerte a las embarcaciones, motivo por el cual debían quedarse en tierra.
Por suerte, ya por aquel entonces hubo quien no quiso aceptar esas desigualdades y se atrevió a saltarse las normas, aun corriendo el riesgo de ser descubierta y castigada. Disfrazada de hombre, la botánica francesa Jeanne Baret se embarcó, en 1767, en una de las naves que, bajo el mando de Louis Antoine de Bougainville, formarían la primera expedición gala en circunnavegar el planeta. Baret se convirtió así en la primera mujer en dar la vuelta al mundo a través de sus océanos, trayendo consigo, además, una colección de más de 6.000 especies de plantas (que hoy se conservan en el Museo Nacional de Historia Natural de París), lo que le valió la felicitación del mismísimo rey Luis XVI.
Nunca sabremos cuántas mujeres se habrán tenido que echar a la mar vestidas de hombre a lo largo de los siglos ni cómo lograron engañar a los marineros de a bordo durante los largos meses que duraban las expediciones, pero lo cierto es que las hubo y que la mayor parte de ellas no aparecen en los libros de historia.
Entre esas grandes mujeres que no han recibido el reconocimiento que merecen está la gallega Isabel Barreto de Castro. Nacida en Pontevedra en torno al año 1567, fue pionera en la navegación mundial al convertirse en la primera almirante de la Marina Española. En 1595 asumió el mando de la expedición que partió rumbo a las Islas Salomón pero, pese a llevar a un cronista a bordo (el portugués Pedro Fernández de Quirós), poco o casi nada se sabe del gran capítulo que esta mujer escribió en la era de los descubrimientos.
Son solo dos ejemplos de los muchos que han pasado prácticamente desapercibidos en la historia de la navegación, en la que el dominio ha sido y sigue siendo claramente masculino. Hubo que esperar hasta el siglo XX para empezar a ver a mujeres ocupando puestos destacados en las embarcaciones. La rusa Anna Ivanovna Shchetinina se convirtió en 1935, con 27 años, en la primera capitana de la marina mercante.
En España, no fue hasta después de la Constitución de 1978 (que establecía la igualdad ante la ley de hombres y mujeres, sin discriminación de sexo) cuando las mujeres se pudieron matricular, por primera vez, en las carreras náuticas de las escuelas superiores de la Marina Civil.
La asturiana Ángeles Rodríguez fue la primera alumna en 1979 y se tituló como la primera oficial de la Marina Mercante en 1984. La canaria Mercedes Marrero fue la primera capitán en 1992, Idoia Ibáñez la primera capitán con mando, María Cardona la primera oficial de máquinas y Macarena Gil, la primera mujer que ejerció de práctico del puerto, una profesión en la que hasta 2015 -básicamente hasta antes de ayer-, solo trabajaban hombres.
El hecho de que en España no se permitise el acceso de la mujer a la formación náutica hasta 1979 hizo que muchas de ellas se incorporasen muy tarde al mercado laboral y es esa una de las causas, sumada a muchas otras relacionadas también con la discriminación (como la creencia de que las mujeres están menos capacitadas físicamente o preparadas para peligrosidad de la actividad), de que su presencia en el sector marítimo sea muy inferior a la de los hombres.
A pesar de estar metidos ya de lleno en el siglo XXI y de todos los avances vividos en las últimas décadas, las mujeres siguen siendo una minoría y apenas llegan al 2 por ciento del casi millón y medio de marineros que existen en todo el mundo, según datos de la Organización Internacional del Trabajo. No solo son pocas sino que, además, raramente (no llegan ni al 1 por ciento) ocupan puestos de alto rango jerárquico.
El mar se ha mantenido durante siglos ligado a la figura del hombre, que salía a faenar mientras que la mujer se quedaba en tierra a la espera, como ama de casa o como redeira, pescantina, conservera, comercializadora… en profesiones que se practicaban fuera del mar (y tenían un prestigio mucho menor), aunque estuviesen estrechamente ligadas a él.
En el apartado más lúdico y deportivo, el relacionado con deporte de la vela, la balanza también cae estrepitosamente hacia el lado masculino. En la actualidad, la cifra de deportistas federados en España supera los 17.000, de los cuales casi 14.000 son hombres, quedando reducida la presencia femenina a apenas 3.500 deportistas. Son apenas un 21 por ciento del total, y la cifra cae por debajo del 15 por ciento si contamos las que participan en regatas oficiales.
Si bien es cierto que se han dado importantes pasos en pro de la igualdad en el deporte de la vela, lo cierto es que, al igual que sucedía en el sector marítimo, son aún muy pocas las mujeres que han obtenido un reconocimiento mundial por sus hazañas. De la mayoría de ellas, solo los realmente interesados en la materia sabrán reconocer sus nombres y sus logros.
Mujeres como la neozelandesa Naomi James, la primera que, en 1977, dio la vuelta al mundo navegando a vela, en solitario y sin escalas, batiendo además todos los records de velocidad; o Dee Caffari, que 2006 hizo lo mismo pero al revés, de este a oeste, por el considerado “camino equivocado”, en contra de los vientos y las corrientes dominantes en el globo; y que en 2009, tras vencer en la Vendée Globe (la vuelta al mundo a vela en solitario sin escalas ni asistencia), se convirtió en la primera mujer que, sola e impulsada por el viento, abrazó el planeta en ambas direcciones.
Mujeres como Tracy Edwards que, con apenas 23 años, tuvo que esquivar las burlas de todos los que se rieron de ella por soñar con un equipo íntegramente femenino en la Whitbread Round the World Race (la vuelta al mundo de vela), en la que logró participar en 1989.
Cumplió su sueño a bordo del Maiden. No ganó, pero se convirtió en la primera mujer en recibir el trofeo al mejor regatista del año y logró que 12 mujeres estuviesen durante meses en el foco del panorama náutico mundial.
Su decisión y su valentía permitieron construir una puerta que volvería a abrirse hasta en cuatro ocasiones más, gracias a cuatro equipos que se lanzaron al mar para demostrar que las mujeres tenían mucho que decir en la vuelta al mundo. El Maiden de Tracy Edwards fue el primer barco íntegramente femenino en la hoy conocida como The Ocean Race, y a él le siguieron el Heineken (US Women’s Challenge) de Nance Frank y Dawn Riley en 1993, el EF Education de Christine Guillou en 1997, el Amer Sports Too de Lisa McDonald en 2001; y el Team SCA de Sam Davies en 2014.
Desde la primera edición de la vuelta al mundo en 1973 ha habido equipos -pocos- formados únicamente por mujeres, y mujeres -cada vez más- formando parte de equipos, siendo el caso más destacado el de Carolinjn Brouwer y Marie Riou, las primeras en proclamarse campeonas de una Vuelta al Mundo a vela a bordo del Dongfeng en 2018.
Y así, aunque con altibajos, la evolución de la presencia de la mujer en el mundo de la vela no se ha quedado ahí. Sin ir más lejos, en 2020 participaron en la Vendée Globe, la regata más exigente de la vela oceánica, 6 mujeres, todo un récord que nunca se había dado nunca en este desafío. Fueron las inglesas Samantha Davies, Miranda Merron y Pip Hare; las francesas Clarisse Crémer y Alexia Barrier, y la franco-alemana Isabelle Joschke.
El avance en términos de igualdad resulta evidente pero el trabajo no está -ni mucho menos- completo en el mundo de la vela. Prueba de ello son las múltiples iniciativas que, sobre todo en los últimos años, se han puesto en marcha a través de federaciones, clubes y equipos. Ligas femeninas, tripulaciones exclusivas de mujeres, actividades de formación y especialización diseñadas especialmente para ellas… lo que se busca es dar un mayor protagonismo a la mujer en un sector que históricamente la ha relegado a una posición secundaria.
En esa lucha se enmarca también el proyecto Vela en Femenino del Monte Real Club de Yates de Baiona, gracias al cual se formó un equipo íntegramente femenino para participar en las principales regatas de las Rías Baixas gallegas, se consiguió que la Real Federación Gallega de Vela crease un premio específico para mujeres en el Campeonato Gallego de A Dos, se organizaron actividades de navegación específicas para mujeres, se celebrará el 25º aniversario de la Ladies Cup y se espera poner en marcha varias iniciativas más en este 2021.
Desde el Monte Real creen que el binomio mujer-mar sigue necesitando de apoyos e impulsos, que presencia femenina en el mundo de la vela necesita y merece seguir abriéndose camino, y que eso solo se logrará mediante el compromiso de todos con el fomento el deporte igualitario. Las velas ya están izadas, tan solo falta llenarlas de viento.
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